Tinogasta está atravesando uno de los momentos más críticos de su historia reciente. No es exageración, no es pesimismo ni “hablar de más”: las imágenes y los hechos hablan solos. Postes de luz inclinados a punto de caer, zanjas abiertas sin señalizar, calles convertidas en trampas, barrios enteros a oscuras como si viviéramos en un pueblo fantasma. Y lo más grave: vidas en riesgo real, como las de los jóvenes que perdieron la vida en accidentes evitables, provocados por el estado calamitoso del espacio público y la absoluta falta de controles.
Mientras tanto, la política local —esa misma que se autoproclama gestora del “progreso”— sigue entretenida en sus rituales: juramentos, sesiones vacías, nombramientos, reemplazos como si los cargos fueran fichas de ajedrez. Todo muy prolijo, muy formal… pero totalmente desconectado de la realidad que la gente vive todos los días.
Los hechos recientes exponen un deterioro que ya nadie puede disimular:
Postes de luz que caen con la lluvia, dejando sin servicio a barrios enteros.
Zanjas y pozos abiertos, como los que se ven frente a la antena satelital, verdaderas trampas mortales sin señalización.
Callejones inundados, pérdidas de agua, pavimento quebrado o inexistente, y una infraestructura que no resiste ni una tormenta moderada.
Calles completamente a oscuras, creando escenarios peligrosos para peatones, motociclistas y automovilistas.
Conexiones irregulares, falta de controles y un tránsito desbordado, donde las multas parecen aplicarse “a algunos sí y a otros no”.

Todo esto mientras las autoridades mantienen sus sueldos altos, sus reuniones a puertas cerradas y sus discursos de ocasión.
El contraste duele. Y duele más porque no hay voluntad política real de cambiar las cosas.
Muchos vecinos aseguran que este es “el peor gobierno de la historia de Tinogasta”. Puede sonar fuerte, pero basta con caminar por las calles para entender la magnitud del abandono: pavimento que se hunde, barrios postergados, obras mal hechas o directamente abandonadas.
La falta de alumbrado público convierte a zonas enteras en lugares inseguros incluso para caminar.
Un simple poste inclinado puede terminar en tragedia.
Una zanja abierta puede quitar una vida.
Un cable caído puede electrocutar a un adolescente.
Esto no es casualidad: es consecuencia directa de años —y décadas— de gobiernos que jamás mostraron un interés verdadero por priorizar Tinogasta.
La falta de control vehicular, de iluminación y de señalización hace que los accidentes sean cada vez más frecuentes. Pero cuando aparece un control, suele ser para recaudar, no para ordenar, prevenir o educar.
Mientras tanto, en las calles reina el desorden, la improvisación y el abandono.
Los que se animan a decir estas cosas son tildados de “locos”, de exagerados o de gente que “critica por criticar”. Sin embargo, son justamente quienes ven lo que está pasando sin miedo a contarlo.
La pregunta final no es para los políticos: es para el lector, para el vecino, para vos:
Porque los políticos seguirán haciendo lo mismo de siempre… a menos que la sociedad deje de ser silenciosa, sumisa y resignada.
El futuro de Tinogasta no lo deciden ellos.
El futuro lo decidimos nosotros.