Desde el arranque, el equipo de Diego Placente mostró su mejor versión: a los 90 segundos, Alejo Sarco abrió el marcador y marcó el ritmo de un partido que la Albiceleste controló de principio a fin. Luego, Maher Carrizo, con un doblete —uno de ellos de tiro libre exquisito—, amplió la ventaja antes del descanso. En el complemento, Mateo Silvetti, jugador de Newell’s con proyección internacional, selló la goleada y la clasificación.
El rendimiento argentino fue casi perfecto. Orden, intensidad y juego asociado se combinaron en una sinfonía que recordó a los mejores tiempos del proyecto juvenil iniciado por José Néstor Pekerman, hoy continuado por Placente.
El equipo muestra madurez, equilibrio y una identidad clara: presiona, juega, respeta y gana. Sin figuras rutilantes, pero con nombres que prometen futuro —Sarco, Carrizo, Silvetti, Delgado, Gorosito—, esta Selección emociona por su compromiso y por su juego.
Argentina se ilusiona con volver a lo más alto del mundo. Pero más allá del resultado final, esta camada ya dejó una huella: la de un equipo que recuperó la esencia del fútbol juvenil argentino. Una verdadera obra maestra en construcción.